viernes, 1 de enero de 2016

El despertar de las fiestas: 1973-1979

El éxodo rural fue planeando como una negra sombra sobre nuestro pequeño pueblo desde la pasada década de los 50. En las ciudades encontraron mejor futuro no solo los jóvenes sino también familias enteras de campesinos cubillanos incapaces de hacer frente a un modo de vida cada vez más asfixiante.

Con el regreso de los migrados al pueblo que los vio nacer durante las temporadas vacacionales se estableció un nexo entre el mundo rural e industrial, pero no todos encontraron la satisfacción plena con este simple regreso temporal. Hacía falta algo más. De entre la oscuridad apareció una idea luminosa: celebrar unas fiestas populares durante las vacaciones estivales. Juan Adell impulsó esta idea a través de una carta que dirigió a los cubillanos. Varias reuniones en la Casa de Cuenca barcelonesa y en el domicilio de Cristóbal y Amparo dieron como resultado la aprobación y el desarrollo del proyecto, naciendo de este modo las ya tradicionales fiestas del mes de agosto.

La primera junta festiva estuvo integrada por Juan Adell, Abel Pérez y David Rama, pero el mérito fue colectivo. Fue la fuerza de toda una generación de cubillanos la que consiguió que en 1973 fructificara esta nueva esperanza para el pueblo.


La falta de medios se supo suplir con grandes dosis de imaginación y de trabajo colectivo. Los comienzos no fueron fáciles. Tras el primer año, la segunda junta costó constituirse. De nuevo reunidos en la Casa de Cuenca, parecía no haber continuidad para los festejos hasta que de nuevo Abel Pérez tomó las riendas junto a Aurelio Rodríguez y Manolo Tortajada. En adelante las juntas se fueron sucediendo en la sobremesa de la comida de hermandad.

Fotografía: Abel Pérez

Aunque el primer año también se celebró una comida de socios, la comida de hermandad del Pósito no quedó institucionalizada hasta el programa de 1974. Ésta tenía costumbre de celebrarse el tercer día de festejos y su menú consistía invariablemente en ensalada, carne asada y fruta para el postre.


Fotografía: Abel Pérez

El evento causaba gran expectación entre la chiquillería, que se acercaba hasta las escuelas para oír los cánticos de los presentes y unirse a la comitiva de festeros en el pasacalles posterior.


Fotografía: Abel Pérez

En 1974 el pasacalles consistió en un desfile de disfraces, gigantes y cabezudos por las calles y las eras (por entonces sin urbanizar) del pueblo.

Fotografía: Abel Pérez

La era de la Carmen (entonces del tío Luis), en la Plaza Nueva, fue la primera ubicación del ya típico enramado de sargas. No podía faltar en sus aledaños el puesto de “Mañas”, con su variedad de pequeños juguetes para los niños, y el del turronero, con su alajú y sus preciados “chupos”.


Fotografía: Abel Pérez

La pista de baile “Luces Colgantes” constituyó desde el principio el elemento central de las fiestas. A la entrada del recinto se colocaba un pequeño panel luminoso con letras que habían sido confeccionadas por Vidal Rama a base de trozos de cinta aislante para dar fe de su nombre. La luz de la verbena se tomaba de la calle (Manolo Tortajada y Cristóbal Berniche solían ejercer de “luceros”) y del montaje del escenario también se encargaban los cooperantes cubillanos con los materiales que podían conseguir de uno u otro lado.

Fotografía: Abel Pérez

La verbena, más reducida que la actual, era un reclamo para que los niños jugaran por el día. Por la noche, éstos solían permanecer junto al entarimado haciendo sus juegos o contemplando el baile de los mayores. Los abuelos, sentados en sus sillas de enea, gustaban de oír la música desde el perímetro de la pista. En contra de la creencia popular, los Diamond no fueron los músicos que inauguraron las fiestas. Un dúo de Cardenete fue el encargado de amenizar las mismas durante 1973 y 1974.

Fotografía: Abel Pérez

Los descansos de los músicos eran aprovechados para entretener a la audiencia. El programa de 1975, por ejemplo, anunciaba un espectáculo de variedades denominado Asalto a mano armada y el de 1978 un espacio poético-literario.

Los concursos de canto y de disfraces y el baile del farolillo eran otras de las actividades con las que se añadía color a la noche cubillana.

Rescatado de aquellos años encontramos el sainete Diálogo entre dos pueblos. Escrito por Benjamín Andrés e interpretado durante un descanso de la orquesta por Abel Pérez y el mismo Benjamín, se inspira en la sempiterna rivalidad de El Cubillo y Alcalá de la Vega. Dicha rivalidad tuvo su momento grotesco con la incorporación del primer municipio en el segundo a mediados de la década, actuación administrativa que pareció llevarse con desconocimiento del expediente por parte de los vecinos del pueblo, según puede deducirse de la reclamación interpuesta por éstos en su momento.

Fotografía: Juan Adell

Resulta curioso comprobar que durante la década de los 70 la misa no sólo no se programaba como acto de apertura sino que hasta en dos ocasiones la romería a Santerón marcó el inicio de la programación festiva. Como en la actualidad, los vecinos vestían de sus mejores galas para el día de la celebración religiosa. La boda de Rufino y Maribel también coincidió con las primeras fiestas. En los antiguos libros de actas se hacía constar que Severino patrocinó una noche de baile, así como que las patatas para la quema del enramado fueron aportadas por Justo, el de la Concha.


Fotografía: Abel Pérez

El torneo de bolos era otro de los clásicos. Antiguamente se realizaban auténticas competiciones en la Plaza de Abajo. Cuentan las leyendas que se llegaron a poner marcas de lanzamiento ¡en la puerta de la iglesia!

No podían faltar tampoco los tradicionales juegos infantiles. Carreras de sacos, monedas en barreños de harina,  equilibrios con huevos cocidos en una cuchara,... sin olvidar el año que se realizó una cucaña con un jamón en lo alto del palo central de la verbena.


Junto a la ermita de San Antonio se encontraban los terrenos donde se disputaban los -por entonces habituales- torneos futbolísticos entre solteros y casados del pueblo. La contienda solía tener como recompensa un jamón para los participantes.

Con los años se fue perdiendo el interés por los mismos, al disputarse por las mañanas en plena resaca festera, prefiriendo los jóvenes jugar a fútbol por las tardes en la era que ocupa la actual verbena mientras ésta se ubicaba en la era de la Sofía, contigua a la de la Trini. Pero eso ya forma parte de otra historia.

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